
Es una forma musical que, sin pertenecer al folclore árabe real, recrea su imaginario a través del color instrumental, la cadencia rítmica y el perfume armónico que evocan el esplendor de los palacios, las caravanas del desierto y los estandartes de media luna.
El origen de la Marcha Mora puede rastrearse hacia las primeras décadas del siglo XX, cuando compositores vinculados a las bandas locales comenzaron a introducir nuevos ritmos, timbres y modos orientales en las piezas interpretadas para los desfiles festeros.
Si el pasodoble acompañaba tradicionalmente a los cristianos, la marcha mora se configuró como la expresión opuesta, más lenta, enérgica y misteriosa, destinada a dotar de solemnidad y exotismo a las comparsas moras. Su estructura suele apoyarse en compases de 6/8 o 2/4 con subdivisiones ternarias, que generan un efecto de balanceo, un caminar pausado y majestuoso que recuerda el paso de un cortejo oriental.
La percusión juega un papel fundamental: timbales, bombos y panderos establecen un pulso oscuro y envolvente, mientras que los instrumentos de viento —especialmente trompas, trombones y clarinetes— construyen melodías sinuosas, cargadas de melismas, intervalos menores y giros modales que evocan la sonoridad árabe.
El primer gran punto de inflexión del género lo marca Camilo Pérez Monllor con L’Entrà dels Moros, compuesta en 1902, considerada la primera marcha mora de la historia. Desde entonces, la evolución del estilo fue rápida, gracias al impulso de compositores alicantinos y valencianos que pertenecían a las propias bandas municipales o a las sociedades musicales de las fiestas.
Durante el siglo XX, el género alcanzó madurez con figuras como José Pérez Vilaplana, Amando Blanquer Ponsoda, José María Ferrero Pastor, Francisco Esteve Pastor o Pedro Joaquín Francés Sanjuán, quienes aportaron sofisticación melódica, orquestación elaborada y un discurso más sinfónico a la marcha mora.
El caso de José María Ferrero Pastor resulta paradigmático, pues con Chimo alcanzó en 1964 una popularidad sin precedentes, hasta el punto de convertirse en himno oficioso de la fiesta de Alcoy. Chimo es el paradigma de la marcha mora moderna: sentimental, elegante, con un desarrollo que combina lo solemne con lo evocador, y una melodía que sintetiza todo el ideario oriental de la fiesta.
Junto a ella, marchas como Als Berebers de José Pérez Vilaplana, Marxa del Centenari de Amando Blanquer Ponsoda o Caravana de Pedro Joaquín Francés Sanjuán consolidaron un lenguaje propio que trascendió la frontera local para convertirse en símbolo musical del Levante festero.
La expansión del género ha sido tal que hoy en día las bandas de toda España interpretan marchas moras en sus conciertos y desfiles, incluso fuera del ámbito de las fiestas. Su influencia llega hasta el repertorio internacional, siendo reconocidas en festivales de música de viento y en certámenes de bandas sinfónicas.
Esta popularidad se refleja en las más de cincuenta obras que gozan de difusión constante en grabaciones y plataformas, configurando un canon sonoro que ha marcado a generaciones de músicos y oyentes.
Entre las marchas más escuchadas destacan títulos emblemáticos como Als Berebers de Pérez Vilaplana, que con su dramatismo y textura envolvente ha conquistado a las bandas; Marxa del Centenari de Blanquer Ponsoda, de carácter monumental y con resonancias litúrgicas; Caravana y Als Ligeros de Pedro Joaquín Francés Sanjuán, ambas con ritmo sincopado y percusión de corte africano; El President y El Negro Sansón de Miguel Picó Biosca, que reflejan la vitalidad de la escuela contestana; Irak de Miguel Ángel Mas Mataix, de ambiente cinematográfico; Cavall de Foc y Tudmir de José Rafael Pascual Vilaplana, auténticos poemas sinfónicos donde el autor combina tradición y modernidad; Ben Al Sahagui y Ropería Ximo de Francisco Valor Llorens, con melodías amplias y espíritu épico; o Fester y Al-Wazir de Saül Gómez Soler, representantes del nuevo sinfonismo valenciano.
En esta misma línea, piezas como Alhakem de Ignacio Sánchez Navarro, Ben Amer de Francisco Esteve Pastor, Caravaca de la Cruz de José Pérez Vilaplana, Verde Cadí de Miguel Ángel Mas Mataix o Piratas Berberiscos de Alfonso Ernesto Martín Muñoz consolidan el repertorio actual que las bandas incluyen en sus desfiles más solemnes.
Otras composiciones, como Abencerrajes (Tarde de Abril) de Amando Blanquer Ponsoda, Marrakesch de Ferrero Pastor o Buscant un Bort de Gustavo Pascual Falcó, muestran una faceta más intimista y poética del género, mientras que Paso a la Cábila o Moros Nuevos de Manuel Carrascosa García y El Moro Nefando de Fernando Tormo Ibáñez evocan la sonoridad clásica del Alcoy de mediados del siglo XX. Estas obras, junto con Sisco (Penya el Pon) de Daniel Ferrero Silvage, Moros Nazaríes de José Ibáñez Barrachina o Califa i Capità de Francisco Esteve Pastor, constituyen la memoria viva del género.
La más reciente generación, encabezada por autores como Saül Gómez Soler, Mario Roig Vila o Ignacio Sánchez Navarro, ha llevado la marcha mora hacia un sinfonismo contemporáneo, incorporando armonías cinematográficas, disonancias controladas y una orquestación de gran complejidad técnica.
La importancia de las marchas moras no se limita a su valor musical: representan el alma sonora de la fiesta. A través de ellas se construye la identidad de cada comparsa, se narran historias de orgullo local y se expresa el espíritu colectivo de las poblaciones del Levante.
Cada año, en las entradas moras de Alcoy, Villena, Ontinyent o Muro de Alcoy, los espectadores reconocen en las notas de Chimo, Als Berebers o Cavall de Foc el inicio de una celebración que une música, historia y emoción en un solo lenguaje.
Hoy, gracias a las grabaciones, las plataformas como pasodobles.org y el trabajo de las bandas, las marchas moras gozan de un reconocimiento que trasciende su marco festero original. Su presencia constante en conciertos, certámenes y redes sociales ha convertido a obras como Als Berebers, Marxa del Centenari, Chimo, Caravana o Tudmir en auténticos clásicos contemporáneos.
En definitiva, la marcha mora no es sólo un género musical: es una identidad cultural, una forma de arte que traduce en sonidos el esplendor de una fiesta centenaria, la creatividad de generaciones de compositores y la pasión inagotable de las bandas de música. En cada redoble de caja y en cada acorde menor resuena la historia de un pueblo que ha hecho de su música un puente entre lo épico y lo emotivo, entre el desfile y la memoria.
